15 noviembre 2009

El que avisa no es traidor

Si bien es cierto que empecé esta andadura redaccional y digital diciendo que “nunca me he visto con ánimos como para empezar ni un diario tradicional […] ni un blog”, esto no es completamente cierto.

En cuanto a los diarios tradicionales, tuve uno hace unos años; pero el pobrecillo apenas sobrevivió una corta temporada. No sé si por falta de ideas (realmente no creo que fuera eso) sino más bien por miedo a que alguien pudiera encontrarlo y enterarse de lo que circula por mi cuerpo y mente (al menos en un blog estás segura de hasta donde la gente puede acceder a ti). Y otra de las razones para dejar el diario de papel creo que fue mi dejadez mezclada con mi verborrea. Es decir, que puedo estar semanas y semanas sin decir ni pío pero cuando me pongo… échense a temblar. Mis palabras se convierten en infinitas y, me imagino, para los demás, inaguantables. En este caso, como era en papel, nadie se aburriría de leer más que yo, pero mi mano decía ¡basta!

Y por otro lado, también he de confesar que empecé un blog hace meses (y meses). Y el animalillo duró… un día. El día de la inauguración. Bueno, en realidad ha estado durmiendo el sueño de los justos desde entonces pero ya me encargué de sacrificarlo para que no sufriera más. Obviamente no le hablé a nadie de su existencia porque total, no había nada que leer.

Lo que os digo, mi inconstancia y que, encima, no es que tenga mucho tiempo libre (soy chica multitarea, pero eso muchos ya los sabéis) harán que las temporadas de sequía se alternen con los post eternos. Lo he avisado así que ¡no me regañéis por no escribir!

Recemos por que algún día alcance un equilibrio.

10 noviembre 2009

El final del largo camino

Marché a la Isla Esmeralda para casi cuatro meses de variopintas experiencias. El primer mes fue una especie de infierno en Irlanda del Norte cuidando de dos monstruitos en la granja de Pin y Pon. Durante 37 días intenté domar a dos fierecillas de 3 y 5 años, uno de los cuales me odiaba y el otro me adoraba (“Ruth es mi mejor amiga en el mundo”, Jaime dixit –el padre es español, de ahí el nombre del crío). Tras aguantar lo indecible y empezar a pensar que me estaba volviendo loca pues ya hablaba conmigo misma con tal de entretenerme, abandoné mi puesto de au pair y emigré a Dublín. Un par de semanas llevando CVs de aquí para allá tuvo como resultado un cómodo trabajo en el Ulster Bank. Nada complicado pero bien pagado. Me mudé con unos brasileños a un pisito a la sombra de St. Patrick Cathedral (véase la foto de mi bloque junto a la catedral) y ahí comenzó mi paradisíaca estancia dublinesa. Dos meses, algún que otro buen amigo y otro puñado más de conocidos después, volvía a empaquetar mis cosas, en contra de mi voluntad, y esta vez para una mayor distancia: tenía que volver a Madrid porque la Carlos III no concibe tener alumnos que no asisten a clase diariamente. Siempre hubo algo de mí en Irlanda desde que fui con 12 años y, esta vez, algo se quedó allí a medio componer. Lástima que no haya podido volver a terminar el “trabajo”.
De este modo, quinto de carrera comenzó en Dublín, desde donde mandé las primeras prácticas y trabajitos a los profesores (con saludo para Temple Bar por parte de uno de ellos incluido).

Una vez aquí todo siguió más o menos como siempre. Y digo más o menos como siempre porque durante este curso tuvimos menos clases presenciales y pude hacer, podría decir que hasta para alegría y tranquilidad de mis compañeras, unas prácticas en la Agencia EFE. No tengo miedo a reconocer que apenas aprendí nada allí durante los tres meses que pasé en el Archivo fotográfico y que tienen tanta jeta que no son capaces de pagar a los becarios ni el abono transporte.
Pasados los exámenes de febrero comencé unas nuevas prácticas en una productora de canales temáticos. Tras pasar tres entrevistas, me destinaron al departamento web pero el día en que me incorporaba, para mi sorpresa, el que sería mi jefe no tenía ni idea de que yo ya estaba contratada y me hizo otra entrevista. Finalmente quedé como encargada de las webs de los canales “Canal Cocina” y “De Casa”. Fueron bastante agradables los casi siete meses que allí pasé, aunque el jaleo de horario (unos días jornada completa, otros media jornada de tarde, otros de mañana…) fue un caos curioso de experimentar. Esto, obviamente, me obligó a abandonar tanto los idiomas como la danza.
En lo que al plan de estudios se refiere, este curso estuvo marcado por una asignatura que, si bien me gustaba (Periodismo Internacional) casi se me termina atragantando. No he logrado entender la lógica de que a pesar de que alguna asignatura consiguiera gustarme (gracias a Dios) y le dedicara más tiempo, aun así, no sacara más nota que en el resto de bazofia. Puede que la explicación esté en el Teorema de la Injusticia y Ley de la Carlos III.
El primer cuatrimestre también se saldó con un suspenso en una asignatura que se supone ya habíamos dado (y aprobado). Era de Derecho, por supuesto. Tengo bien claro a lo que no me tengo que dedicar nunca.
Y pasamos a lo que, por antonomasia, define el último año de universidad: el “Proyecto Fin de Carrera” y las “Prácticas en empresa”. De estas últimas ya he dicho algo pero no me gustaría dejar de recordar las normas de la Charlie (si bien nadie las cumple a rajatabla, existen):
- Las prácticas hay que hacerlas durante el segundo cuatrimestre del 5º año, con lo cual, cuando acabas las carrera, si no has hecho más cosas por tu cuenta, únicamente tienes cuatro meses de experiencia (experiencia relevante solamente si has tenido suerte al encontrar la empresa que te acoja como becario/a).
- Las prácticas no pueden hacerse en verano: esto obliga a compaginar trabajo y estudios durante el curso.
- Las prácticas ofrecidas por el dpto. encargado de la asignatura son, en su mayoría, de jornada completa: Imposibles de realizar si, al mismo tiempo, es obligatorio asistir a las clases.
- Existe un máximo de horas (500h, tres meses con jornada completa) que puedes dedicar a la empresa que hace el convenio con la universidad: aunque te encante tu puesto y la empresa te adore, o te contratan o una vez pasado ese tiempo lo tienes que dejar.
Lo sé, yo dediqué más de 500 horas a las recetas de cocina. No sé qué chanchullo de horas hicieron conmigo a la hora de pactar mi horario.
Y el Proyecto Fin de Carrera… ayyyy, poco (o mucho) puedo decir. Comenzó siendo un documental sobre cementerios desaparecidos de Madrid (siempre me ha interesado la historia de Madrid y había muy poca información sobre este tema) pero después de que mi tutora de proyecto se cachondeara de mí y me soltara que ese tema no era muy interesante y que el público seguramente se MORIRÍA (lo recalcó con malicia) de aburrimiento pues desistí y decidí cambiar la idea. Terminó siendo un proyecto multimedia que pretendía convertir el tradicional folleto en papel de las agencias de viajes en algo más atractivo y audiovisual. No conseguí nada del otro jueves pero la tecnología a mi alcance no dio para más.
Llegó septiembre, presenté el dichoso DVD y “se acabó la fiesta”. Ya sólo faltaba soltar unos cuantos cientos de euros para que, en algún momento de los próximos años, me llamen para recoger unos papelitos firmados por el Rey diciendo que soy doble licenciada. Era entonces cuando empezaba la verdadera enseñanza: la real y dura vida de la búsqueda de empleo. Pero esa ya es otra historia.
No quiero terminar el post y el mes temático sin decir que gracias a que la UC3M no informó de que no era preciso aprobar las dos carreras para obtener el título de cada una de forma independiente, perdí mi oportunidad de entrar a trabajar en Google (y en Dublín, para más inri). Me llamaron para trabajar en esta super empresa en el mes de junio pero era requisito indispensable ser licenciado. Como a mí me faltaba el proyecto, no pudieron contratarme. Fue en septiembre al ir a pagar las tasas cuando descubrí que en junio ya tenía el título de periodista (el Proyecto pertenecía únicamente al plan de estudios de Com. Audiovisual).
Ah, y como apunte final diré que posteriormente he descubierto que el Ayuntamiento de Madrid organiza conferencias y visitas a los cementerios más antiguos y curiosos de la ciudad.

09 noviembre 2009

4º año, ¡esto no se acaba nunca!

Bueno, creo que va siendo hora de poner fin al la “semana UC3M” que, en mi caso, se ha convertido en el “mes UC3M”. Prometo que todos los días me he estado fusilando a mi misma con “¡que vergüenza! ¡Otro día sin postear nada!”.

Intentaré resumir brevemente el final del suplicio carlesco:

A partir de 3º, en vez de ausentarme de clase para contestar el teléfono, directamente empecé a faltar las primeras horas. Al principio simplemente llegaba tarde (tengo un serio problema con los despertadores, no hay ninguno hecho para mí) pero después ya no hacía mucho por llegar a las 9. Y para un día que “me caí de la cama”, una señorita tuvo a bien no mirar el espejo retrovisor y se empotró contra mi coche mientras me encontraba aparcando. Así pues, ese día volví a llegar tarde a clase pero con un parte de accidente bajo el brazo. Moraleja: Nunca mais volver a aparcar en el parking de la universidad cuando llega todo el mundo.

Por otro lado, no sé en qué punto de la carrera me presenté al examen de inglés (un examen obligatorio con el que obtener una serie de créditos inútiles y para el cual no había docencia, uno ya tiene que venir aprendido de casa) pero sí recuerdo el estúpido requisito de necesitar haber superado 4º (supongo que ahora será 5º) de la Escuela Oficial de Idiomas para obtener la convalidación (aunque exijan niveles diferentes). Tras no sé cuantos años intentando entrar en la EOI, dimití y me presenté al examen de inglés UC3M que pasé sin esfuerzo alguno.

Hablando de idiomas, este año (2006-2007) decidí cambiar el francés por el árabe, un idioma de mucha menos categoría que el français pero de igual o superior dificultad de pronunciación y gramática (por no hablar de lo que más lo caracteriza: los gurrapatos que forman el alfabeto). De este modo mi agenda pasaba a tener dos días a la semana alemán, dos días a la semana árabe y dos días a la semana danza. Recuerdo con “cariño” los miércoles, día ligero en el que a la misma hora (5:30pm) acababa la clase de danza en Getafe y comenzaba la de árabe en Nuevos Ministerios (separados por unos 30-40 minutos de distancia). Era mi tercer curso bailando y no estaba dispuesta a dejar nada.

Ahora mismo estoy pensando en que tengo todavía menos memoria que un pez, que ya debe ser difícil, pero no recuerdo apenas nada de los dos últimos cursos.

Recuerdo a un señor que nos hablaba de cine de una forma incomprensible, con unos palabros que ni en el diccionario aparecían (y que ahora resulta ser el Vicedecano de Com. Audiovisual); recuerdo a otro señor que vio en nosotros un futuro como pedagogos ya que toda su participación fue decirnos como se llamaba y explicarnos que la asignatura la prepararíamos e impartiríamos nosotros mismos a nuestros compañeros; recuerdo a una señorita que se hacía llamar vicedecana de la carrera conjunta (ya era hora de tener a alguien que nos representara después de tres años y medio) quien, tras exponerle nuestras quejas acumuladas, se excusó con un “sois un grupo experimental y problemático”. Dimitió un año después.

Y hasta aquí puedo leer. Acabé, por cuarto año consecutivo, hasta los mismísimos y decidí poner tierra de por medio.